La Orden de los caballeros de Santa María
OBSERVANCIA DE LOS SANTOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA
Caballería y cristiandad
Con el fin de edificar la Cristiandad, es decir, el reinado social y político de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia ha erigido dos grandes instituciones. La primera, la coronación imperial o real, un sacramental que concede una participación en el reinado de Cristo con gracias en proporción. Luego, después del vacío del poder central posterior a la muerte de Carlomagno, la Iglesia ha simplemente recurrido a los barones y caballeros que tenían, en su nivel, la misma misión que el rey o el emperador. Entonces la Iglesia cristianizó el rito del espaldarazo, inspirándose en el ceremonial de la coronación. Éste también concede misión y gracias. Es por medio de estas instituciones de coronación y caballería que la Cristiandad salió del caos hacia su culmen.
Para defender esta Cristiandad, la Iglesia hizo uso de otras dos instituciones: las Cruzadas, con el voto temporal de Cruzada, y las órdenes militares o de caballería, permanentes por naturaleza, con votos religiosos para algunos y votos privados para los laicos viviendo en el mundo. Por tanto ¿cómo hemos de defender o reconstruir la Cristiandad en nuestra época? Por medio de las instituciones de la Iglesia creadas para este propósito: ellas son, por definición, el mejor medio para alcanzar este fin, de ahí su perennidad y universalidad.
La Orden de los caballeros de Santa María
Es sobre estas dos instituciones del espaldarazo y de las órdenes de caballería que, en respuesta a la voluntad de los Soberanos Pontífices de restaurar todo en Cristo, el futuro Dom Marie-Gérard Lafond creó en 1945 la Orden de los Caballeros de Santa María – o Militia Sanctæ Mariæ – con el apoyo del Reverendísimo Padre Dom Gabriel Gontard, Abad de Saint Wandrille, y luego de varios obispos.
La Regla fue aprobada con el Imprimatur por Su Exc. Mons. Michon, obispo de Chartres, que erigió canónicamente la Orden en Notre-Dame de Sous-Terre, cripta de su catedral. Posteriormente, recibió un estatuto canónico similar en Regensburg en Alemania, en Sion en Suiza, en Braga en Portugal y en Santander en España.
Desafortunadamente, la Orden también experimentó una ruptura después del Vaticano II. Sin embargo, fieles a la antigua Regla de la Orden, algunos caballeros han formado una rama tradicional de la Orden para continuar su misión.
Sus Constituciones, que fueron aprobadas por decreto de la Comisión Canónica de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, indican que, al igual que Mons. Lefebvre, la Orden se niega, en este tiempo de crisis, a someterse a instrucciones, incluso procedentes de Roma, que sean opuestas a la enseñanza constante de la Iglesia: defiende la Fe de siempre.
Agreguemos que desde entonces se han intentado ocasionalmente imitaciones pálidas de la Orden, y todavía aparecen, sin legitimidad ni éxito.
Hacerse caballero de Santa María
Para ingresar en la Orden, ser un buen cristiano es necesario, pero no suficiente. También se necesita una disposición de combatividad espiritual procedente de la pura Caridad y ordenada al Bien Común Universal. La misión de la caballería en general, tanto como de la Orden en particular, no es específicamente la santificación personal, ni la acción caritativa, ni el apostolado, sino el reinado de Cristo sobre las instituciones de la sociedad: familia, profesión, ciudad, nación.
Después de seis meses de preparación y la consagración a la Virgen según la espiritualidad de San Luís María Grignion de Montfort, el postulante es recibido en la Orden como escudero. Después de dos años de formación, puede hacerse donado, haciendo votos privados, temporales y renovables. Finalmente, el Maestre de la Orden llamará a ciertos donados a la profesión y al espaldarazo entre quienes se hayan mostrado suficientemente entrenados y firmes en la lucha.
Entonces, el aspirante hace tres votos privados de carácter definitivo: voto de conversión de costumbres, siguiendo la forma de vida descrita por la Regla; voto de fidelidad a la Orden, es decir, obediencia a su jerarquía dentro de los límites de la Regla y de ayuda fraternal; y voto de defensa de la Iglesia, un voto análogo al voto de cruzada, de defender la Iglesia y sus instituciones incluso a costa de la propia vida.
Recibe entonces el manto blanco estampado con la Cruz de la Orden, y pasa la noche en oración: es la vigilia de armas. A la mañana siguiente, después de la Misa, recibirá el espaldarazo. Los caballeros se comprometen (y los otros miembros de la Orden tratan de) a rezar el Oficio Parvo de la Santísima Virgen y el Santo Rosario en su totalidad todas las semanas, hacer oración mental diaria, asistir al capítulo mensual de su encomienda, seguir su formación, y participar en las actividades de la Orden.
Las esposas de los miembros de la Orden pueden ser recibidas como hermanas, y sus hijas como doncellas o doncellitas. Las hermanas que hacen profesión con sus maridos se convierten en damas de la Orden. También hay pajes y cadetes, quienes tienen la ventaja de poder continuar a lo largo de sus vidas lo que empezaron cuando niños.
La Orden de los Caballeros de Santa María no es una de esas órdenes de
“caballería” en el sentido actual para órdenes de mérito, distinción honorífica y condecoraciones en general. Tampoco es simplemente una asociación o un movimiento católico.
Por su Regla, sus observancias, su disciplina, tanto como por el compromiso que demanda, la Orden de los Caballeros de Santa María constituye una estructura estable para la actividad del laico, soltero o padre de familia, quien realmente quiere dedicarse a la lucha por el reinado social de Nuestro Señor, mientras profundiza su vida espiritual y conocimiento doctrinal. Ésta es la vocación de los laicos por excelencia.
La lucha por Cristo Rey
Si la función esencial de las Órdenes Terceras es la santificación personal de sus miembros, la Orden de los Caballeros de Santa María tiene como fin, además de esta santificación indispensable, la lucha por el triunfo de Cristo Rey sobre las naciones y las instituciones políticas y sociales de la Ciudad y la restauración de la Civilización Cristiana; es decir, de un orden social cristiano o Cristiandad, lo que llamamos actualmente el reinado social de Nuestro Señor.
Independientemente de lo que piensen muchos católicos, incluso entre los más devotos, esto no es un objetivo anticuado o quimérico, aunque parezca algo lejano. Los pontífices romanos siempre lo han recordado con vigor, negándose a ceder ante el evolucionismo histórico de los liberales y el sentido de historia de los marxistas. En su carta de 1910 sobre le Sillon (el Surco), San Pío X avisó: Preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificara la ciudad de modo distinto de como Dios la edifico; no se edificara la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no esta por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo.
Fue a esta cruzada que Su Exc. Mons. M. Lefebvre llamó a los laicos en 1979 cuando declaró: Debemos hacer una Cruzada (...) para recrear la Cristiandad, como la Iglesia lo desea (...) con los mismos principios.